que jugaba con fuego.
Cabía
alguna posibilidad de quemarme
y así fue.
El problema vino
cuando me enamoré de la luz de la llama,
empece a necesitar el calor que produce
su cercanía,
le cogí cariño al mechero
y creí
que ningún otro (me) encendería igual.
Caí de nuevo.
Volví a jugar con su luz
y sus sombras,
a tratar de tocarle sin quemarme.
A veces lo conseguía
otras
me limitaba a lamerme las heridas.
Siempre pude contar con saliva extranjera
para ciertas partes de mí.
Pero cuando se trata de heridas,
sólo yo
estoy dispuesta a lamérlas
despacio,
tratando de curarlas bien
y que no duelan tanto.
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