viernes, 23 de agosto de 2013

Saliva extranjera.

Sabía 
que jugaba con fuego. 

Cabía 

alguna posibilidad de quemarme 
y así fue. 

El problema vino 

cuando me enamoré de la luz de la llama, 
empece a necesitar el calor que produce 
su cercanía, 
le cogí cariño al mechero 
y creí 
que ningún otro (me) encendería igual. 

Caí de nuevo. 


Volví a jugar con su luz 

y sus sombras, 
a tratar de tocarle sin quemarme. 

A veces lo conseguía 

otras 
me limitaba a lamerme las heridas. 

Siempre pude contar con saliva extranjera 

para ciertas partes de mí. 

Pero cuando se trata de heridas, 

sólo yo 
estoy dispuesta a lamérlas 
despacio, 
tratando de curarlas bien 
y que no duelan tanto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario